Amita, de 22 años, es una migrante indocumentada salvadoreña que llegó a México en 2012. Sus sueños: tener su propio negocio, quedarse a vivir en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, y poder traer consigo a sus dos hijos que dejó en El Salvador.
Es una de las mujeres de Centroamérica que dejan sus países de origen para huir de situaciones de discriminación, violencia y para buscar mejores condiciones de vida para su familia e hijos, de acuerdo con el estudio Mujeres Transmigrantes (2009), del Centro de Estudios Sociales y Culturales Antonio Montesinos (CAM) de la Ciudad de México.
En octubre de 2012, a unos 30 kilómetros de la ciudad de Tapachula, Chiapas, estado ubicado al sur de México, el grupo de migrantes con el que Amita viajaba fue asaltado y ella y otra mujer fueron violadas.
“No me regresé. Seguí mi camino y ahora estoy aquí, porque vivir en este lugar es mejor que la vida que llevaba en mi país (...) Si yo regreso estoy perdida, en mi país están las pandillas, está la pobreza. Aquí en México, puedo alquilar un cuarto, poner un negocio y traer a mis hijos”, dice con voz firme, mientras atiende una mesa del bar donde trabaja.
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